Monday, October 23, 2006

La cofradía del 230

Una partida más. Es la misma frase que escucho cuando el reloj casi marca las 4 de la mañana. El anciano es una chimenea humeante. Luce débil, incoloro, inexpresivo, pero lo suyo no es tenacidad; es un viejo terco. Ex miembro de la Marina de Guerra del Perú, don José Campos era un asiduo contrincante de las partidas de ajedrez que organizaba la tienda-pollería-bazar "Don Alberto", ubicado en la cuadra 6 del jirón Piérola en Comas.
El mencionado local comercial iba camino a la bancarrota, y sus propietarios no tuvieron mejor idea que instaurar torneos de ajedrez como una especie de gancho para atraer clientes; y así vender las alitas de pollo, gaseosas, cigarrillos, entre otras cosas.
Fue un éxito rotundo. Sólo había un tablero y decenas participantes. "Buenas noches caballeros", era la frase del septuagenario para ubicarse en una posición expectante por su turno.
"Ya pues, no demoren tanto muchachos, a su edad las cosas no se toman tan en serio", afirmaba cuando una partida llevaba mucho tiempo. Era impaciente, así que apelaba a todo tipo de argucias con tal de sentarse cuanto antes frente al tablero. "Carambas, no respetan mi edad ni mi grado como ex oficial de la Marina de Guerra del Perú, eso no es poca cosa, muchachitos", replicaba cuando le reclamaban por haberse 'zampado' al juego.
Éramos muchos los miembros de esta cofradía ajedrecista. Sin embargo, los más entusiastas (vale decir, quienes podíamos jugar por más de ocho horas) solo 3: don Pedro, Carlos "Cartuchera" y yo. "Necesito hacerles una propuesta muy seria. Los espero a las 8 en mi 'submarino'. No me fallen ", nos dijo antes de marcharse. Lo de submarino sería quizá porque para ingresar a su hogar, había que hacerlo de costado por lo angosto del callejón que daba a su puerta.
Nos encontramos en el frontis de la vivienda entre curiosos e impacientes. "Jamás estuve en un submarino, es mi primera vez", dijo "Cartuchera" en medio de sonoras carcajadas de burla. "Buenas noches, jóvenes, buenas noches Don Pedro, todo un caballero, señor de señores, amigo de antaño. Cómo está Carlitos, todo un caballero del deporte ciencia. Y qué tal Bethuel, este muchacho debió ser marinero, qué respetuoso por Dios". Ingresamos a la casa. 6 metros por 40 de puro recuerdo y basura. Muebles antiquísimos, una cama de plaza y media que debió hace tiempo pasar a mejor vida. Un cenicero, un encendedor, una tetera negra, ollas del mismo color, panes duros (los había por docenas), una taza blanca con siglas de la marina peruana, eran las pertenencias más valiosas del viejo.
Sentados en una silla coja (que apoyaba el respaldar a la pared para no venirse abajo) y dos ladrillos cubiertos por cartón, mirábamos impacientes a don Pepe, quien saboreaba su café sentado en la cama.
-"Señores, caballeros, amigos...".
-Al grano don Pepe, al grano por favor', interrumpió "Cartuchera".
-No se impaciente Carlitos, que usted tiene muchos años por vivir. Yo no.
-Disculpe, no quise 'irrespetarlo' don Pepe, amigo, caballero, señor...
-Estamos aquí reunidos, y aquí mismo estamos reunidos, los caballeros a mi entender, más selectos, distinguidos e inteligentes del ajedrez. Diría yo...
-Mejor será que nos diga de una vez lo que quiere de nosotros. Recuerde don Pepe, que la hora es la hora, explotó "Cartuchera".
-Está bien. Presiento mi muerte y mi muerte presiento, y como nada hemos de llevarnos al morir, me voy de viaje a visitar a mi hijo en Puerto Montt, Chile. Mi hijo, un ex oficial de la gloriosa Marina de Guerra del Perú, me ha invitado a conocer el hielo de la Antártida, y pues he aceptado. No pienso regresar más, porque de esa experiencia viajaré al estado de Arizona en Estados Unidos.
-Felicitaciones don Pepe, dijo don Pedro.
-Bien por usted, pero eso qué tiene que ver con nosotros, opinó un cada vez más molesto "Cartuchera".
-Pues he decidido que como no hay bien material que podamos llevarnos al morir, porque ustedes saben que al morir...
-Ya pues, don Pepe, enfatizó Cartuchera.
Fue ahí que escuchamos la proposición del anciano: "quién me gane 230 partidas de ajedrez se quedará con mi casa". La propuesta causó risa, pero ésta duró poco cuando el viejo se puso serio. "Es verdad, sino me creen les firmo un poder ahora mismo, argumentó blandiendo entre las manos un viejo lapicero Faber Castell.
Así empezaron las maratónicas sesiones de ajedrez. Don José no era un gran jugador ni cosa que se le parezca. Era torpe y muchas veces ingenuo. "Cartuchera" cada vez que lo derrotaba festejaba su triunfo ocasionando la molestia y piconeria del anciano, quien indignado con él, decidió una noche reunirnos al resto de la cofradía y comunicarnos su decisión: "Cartuchera" no pertenece más a este selecto grupo porque la burla y 'cacha' no son cualidades que debe ostentar el posible capitán de un submarino. ¿Están de acuerdo? Sí, sí, sí, claro.
La decisión de don José le cayó mal a "Cartuchera". Fueron en vano las promesas de no burlarse nunca más. "Adiós caballeros, señores, amigos... sarta de embusteros llenos de avaricia", fueron las últimas palabras que nos dirigió Carlos.
Desde un principio don Pedro y yo teníamos el mismo plan para con el viejo. Intercalábamos derrotas y victorias para no despertar su cólera y arrebato. Sin embargo, un sábado por la noche don Pedro tenía algunos planes y fue antes de la hora señalada. "Las 7 p.m. también es una buena hora para empezar a jugar, don Pepe". Al anciano no le pareció porque a esa hora venía una muchachita a 'atenderlo'.
Discutieron. Se olvidaron del señorío y los caballos. Don Pedro nunca más se unió a nosotros. La pelea fue irreconciliable. Supe por boca de don Pepe que la próxima vez que se verían sería en el entierro de uno de ellos. Sin embargo, eso no fue así. Hace dos años don Pepe paseaba por Diagonal, en Miraflores, cuando tuvo que saltar la berma y caer sobre las flores recién sembradas. Si no hubiera dado ese salto felino hubiera sido atropellado por el Station Wagon blanco, que tenía al volante a un desorbitado e iracundo don Pedro.
Bajo esas circunstancias sólo quedaba yo como aspirante al submarino.
Mi táctica fue impecable. Hubo amanecidas en que perdía todas las partidas. Fingía una frustración que sólo don Pepe podía remediar. "No es para tanto, Bethuel, amigo, caballero; si te sirve de consuelo me olvidé decirte que integré la Selección de Ajedrez de Lima, así que tranquilo nomás".
Al cabo de dos meses el semblante del viejo empezó a cambiar. Ya no era el tipo florero y hasta se olvidó el señorío y los caballos. Sólo restaban 12 partidas para hacerme de mi primer 'submarino'. Don Pepe ya no era una chimenea sino una hoguera.
-Bethuel tengo que decirle algo.
-Lo escucho.
-Este fin de semana debo hacer un viaje relámpago a Ancash, mi tierra. Regreso el martes, no tardo más.
Nunca más supe de él. El predio 648 del jirón Las Américas ya no existe más. El número ha sido borrado de la pared que a su vez fue derribada, al igual que el estrecho callejón que daba al interior del submarino. El lote fue comprado por la familia Bendezú. Ellos reestructuraron todo. No quieren saber nada con el anciano. No vaya ser que el senil ajedrecista cambie de parecer y decida retornar con una nueva propuesta bajo manga.

2 Comments:

Anonymous Anonymous said...

My dear doc, I just wanna tell you something, I'm gonna make my own gang, and the principal members are gonna be "Don Pepe" and "Fulbito", that's all....What do you think about that?

P.D.: That "Don Pepe" is a son of a bitch

6:33 PM  
Blogger Bethuel Alvarado Malpica said...

Mi querido Kavero yo estoy seguro que usted quisiera contar con ambos miembros "in your own gang". Abrazos.

7:47 PM  

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