Saturday, February 03, 2007

Trece Centavitos


Octogenarios. Un héroe de guerra y una meretriz administran un hostal de mala muerte, en donde el cliente pone el precio y el tiempo de su estadía. Su permanencia puede ser todo menos privado.
- Tengo sólo 7 solcitos. Un ratito nomás, qué será pues, 45 minutos.
- Ok, joven, no se preocupe, y ámense mucho chiquillos. El sexo lo cura todo.
La frase de Rigoberta aún resuena en mis oídos. Tiene 83 años y cuenta que hubo tiempos mejores para ella. "Qué le digo joven, yo misma era con los parroquianos. Antes se sudaba la 'camiseta' no como ahora que trabajan al apuro a los muchachos".
Este hotel de mala muerte queda ubicado en la urbanización El Parral, en Comas. Dirigen el negocio Don Manuel (81), un ex miembro del glorioso Ejército Peruano y Doña Rigoberta, experta en masajes y otros menesteres.
Cuentan que se conocieron en la frontera norte del país, cuando él cuidaba el territorio patrio post conflicto Perú-Ecuador en la década del 40. En tanto que, ella y otras señoritas reclutadas por el alto mando militar de la época, brindaban sus caricias y afectos a la plana de oficiales y subalternos.
”Manuche”, como ella lo llama ahora, tuvo que bregar duro para obtener los favores de su actual pareja, ya que era una de las más solicitadas por la plana mayor. Cuentan que los soldados sólo podían aspirar a las mejores chicas, pasada las 7 de la noche, previo consentimiento de las féminas, pues por lo general a esa hora, ya agotadas, la mayoría prefería descansar a la ribera del río. Así que, la que aceptaba un trabajito extra, era por puro gusto.
Manuel no es ni fue un tipo apuesto; sin embargo, se abrió paso entre muchos contrincantes a puro golpe. "Esta mujer vale 14 dientes", musita “Manuche”. Esa fue la cantidad de muelas que tuvo que 'bajarse' de sus adversarios para poder estar con ella. El primer encuentro amatorio no fue gran cosa, ella cansada de tanto ajetreo y él con la cara moreteada y los puños heridos no tuvieron una jornada épica digna de recuerdo.
El romance nacería tiempo después cuando Don Manuel fue echado del Ejército. Dos oficiales quisieron una función por partida doble, sin el consentimiento de Rigoberta. "Manuche" la auxilió a puñete y patada limpia. La baja no se hizo esperar. Él empacó sus pocas pertenencias y ella fue se fue detrás.
Los años transcurrieron y llegaron a echar raíces en el norte de Lima. Comas era una mezcla de pampa y áreas verdes destinadas a la agricultura. Se hicieron de varios pequeños negocios hasta que lograron un terreno de 120 metros cuadrados, sobre el cual ahora se erige 13 Centavitos.
El tiempo pasó y dejó su huella indeleble. La salud no es la misma, pero las ganas de cobijar a las parejas de tórtolos urgidos de amor, les da la fuerza de la que ya carecen sus ajetreados y ajados cuerpos. Doña Rigoberta es la consejera y confidente de varios parroquianos. Incluso, es normal verla meter su ‘cuchara’, cuando algunos amantes discuten en sus instalaciones.
Nadie más que ella, sabe los problemas maritales de tal o cual pareja. Es más, hasta se atreve a lanzar una afirmación, basada en su documentada experiencia: “de lejos, las mujeres son más infieles”.
“Manuche” deja que ella lleve la batuta del hostal. Él no se hace problemas y asume su rol de encargado de la venta de preservativos, cerveza, gaseosas, galletas y hasta el delivery de comida. Cada 20 minutos, toca la puerta de cada habitación y ofrece su mercadería. Es tenaz y vuelve a la carga hasta que obtenga una venta por cuarto.
13 Centavitos es una casa de dos pisos venida a menos. El primer nivel sirve de cochera de moto taxis y carros emolienteros. La habitación vip puede costar 10 soles, y la más barata 5. Aunque a decir verdad, el precio lo pone el parroquiano, pues ellos dicen que lo suyo es un servicio a la ciudadanía.
Sus sábanas son viejas y las camas tan añejas que es corriente que varias de ellas se vengan abajo en medio del ajetreo. El piso y las paredes sin tarrajear, las ventanas con una vieja cortina agujereada, nos da un panorama triste y desolado.
A pesar de todo eso y el hecho de que cada vez sean menos los asistentes a su local, no piensan renunciar a su negocio. Hay quienes quieren comprar la propiedad para derrumbar sus instalaciones y edificar un hostal decente, pues la zona es apropiada. La respuesta es la misma: No. “Esto es por puro amor, por puro placer, joven”, sentencia la octogenaria.
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